Homenaje a la amistad

Muchos hablan de la magia de los primeros momentos del amor.
Y sí, no lo niego. Son inefables.
Pero no he escuchado nada acerca de las primeras señales de la amistad.

¿Por qué nadie habla de lo indescriptible de las primeras intimidades?
El primer abrazo.
El primer mate compartido a solas.
La primera vez que le confesé a mi amiga cosas que nadie más sabía.
Ese primer voto de confianza, esa primera charla a corazón abierto.

El primer «te quiero». El primer «amiga».
O incluso la primera impresión.
Yo te conocí distante, ajena. Te conocí por nuestra amiga en común, en la calle. Te conocí y a primera vista supe que vibrábamos igual; te conocí y jamás imaginé que seríamos tan cercanas.

Y de repente, un día nos contábamos todo.
Y éramos el primer número -de una larga lista de contactos- al que la otra llamaba cuando se perdía en sí misma.
¿Y cómo fue que pasó?

Nadie dice nada acerca de cómo las amistades crecen.
Cómo se comunican, como perduran.
A pesar de los meses, de los años, de las distancias.
¿Cuánta fuerza tiene que tener una relación para resistir al tiempo y al espacio?

No. Nadie lo dice.
Pero lo dicen los ojos, que muestran los colores de la calma.
Lo dicen los brazos, que ni con la peor pandemia se pueden aguantar de sujetar con fuerza a quien los sujeta siempre.
Lo dice la voz, mirá cómo encuentra su melodía natural cada vez que le habla a ella.

Comencé a escribir con la idea de hacerle un homenaje a la amistad.
Termino dándome cuenta de que el homenaje se la hacemos nosotros,
todos los días.

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